- La Mujer crea el universo,
- es el cuerpo mismo de este
universo.
- La Mujer es el soporte de
los tres mundos,
- es la esencia de nuestro
cuerpo.
- No existe otra felicidad
que la que procura la Mujer.
- No existe otra vía que la
que la Mujer puede abrirnos.
- Jamás ha habido ni habra
jamás,
- ni ayer, ni ahora, ni
mañana,
- otra fortuna que la Mujer,
ni otro reino,
- ni peregrinación, ni yoga,
ni oración,
- ni fórmula mágica (mantra),
ni ascesis,
- ni otra plenitud,
- que los prodigados por la
Mujer.
El tántrico, para
quien toda mujer encarna a Shakti, tendrá hacia ella una actitud muy
diferente a la del varón común. Para él, ella no es un objeto sexual que
hay que cortejar para obtener sus favores, ni una presa de caza. El
tántrico no es ni ligón ni Don Juan. Sola con él, la mujer no tiene nada
que temer: estará segura, será libre de comportarse como quiera.
Respetada, en ningún momento será importunada.
En el plano
sexual el hombre y la mujer se separan desde el punto de vista del
orgasmo, lo que significa un extraordinario viraje evolutivo. Durante el
orgasmo, el hombre siente como mucho tres o cuatro contracciones
mayores, seguidas de algunas otras, menos intensas, todas localizadas en
la región genital. Inmediatamente después se desinteresa del sexo. La
sangre abandona el pene, que queda blando, y todo se ha de recomenzar
pasado cierto tiempo.
Para la mujer el
proceso es totalmente distinto. Normalmente, ella siente de cinco a ocho
contracciones principales, luego de nueve a quince secundarias que
irradian por toda la pelvis. Lejos de haber terminado, para ella el sexo
apenas comienza. Al contrario del hombre, no hay desentumecimiento de
los órganos genitales; si sabe cómo hacerlo, casi inmediatamente puede
vivir un nuevo apogeo de placer, luego otro y todavía otro si quiere. En
realidad cuantos más orgasmos tiene una mujer, más puede tener, más se
intensifican... Toda mujer es físicamente capaz de experimentar orgasmos
múltiples. Simple cuestión de práctica.
Que el sexo
obsesione a nuestra especia no es, pues, ni depravación ni lujuria, sino
la marca del destino humano. Nuestra especie está destinada al erotismo,
juego sutil donde el sexo, disociado y liberado de la pulsión
procreadora animal, abre a la pareja humana el acceso espiritual total a
través de dos seres en el éxtasis amoroso. En el animal, la hembra se
apodera del esperma para ser fecundada, nada más. Más allá del goce
inmediato no busca ninguna fusión en otro plano, como, por ejemplo, el
de la meditación entre dos que, en el ser humano, abre la vía a lo
cósmico.
El problema de la
disfunción sexual entre hombres y mujeres nace del hecho de que el
primer orgasmo femenino es sólo un comienzo, mientras que la eyaculación
termina con la erección masculina e interrumpe la experiencia: sólo el
control eyaculatorio restablece el equilibrio, por lo demás benéfico
para ambos.
En el animal el
contacto sexual está limitado a los órganos genitales: por otra parte,
el pelaje aislante impide un contacto íntimo directo. En nosotros, toda
la piel, antena cósmica de millones de receptores sensibles, se ofrece a
las caricias y permite intercambios táctiles en la mayor parte del
cuerpo.
Todas estas
diferencias exclusivas confirman que nuestra especie, y sobre todo la
mujer, está concebida para el sexo y el erotismo como ninguna otra sobre
el planeta. El ser humano es fundamentalmente un ser sexual, el único
capaz de dar al acto sexual otras dimensiones que la procreación pura y
simple.
El Tantra lo ha
comprendido desde hace miles de años. Incluso en el nivel hedonista y
secular, el erotismo indio concentró siempre su atención en el estado
íntimo de la posesión erótica. Las largas secuencias de caricias y
posturas que se recomiendan en el Kamasutra, el Anangaranga y otros
manuales, tenían por objeto crear un estado de prolongado saboreo o
deleite; en ninguno de los dos textos aquí citados se trata el orgasmo
como un desahogo necesario, ni siquiera como el objetivo principal,
sino, simplemente, se le da por supuesto.
En los niveles
más altos del erotismo indio el orgasmo se vuelve puramente una
puntuación, un incentivo del estado de continuo e intenso esplendor
físico y emocional que los amantes consiguen evocarse mutuamente. El
sexo no se considera una sensación, sino un sentimiento; la atracción no
es un apetito, sino un «contacto de ojos»; en amor no es una reacción,
sino una creación cuidadosamente fomentada. Su sentido es un prolongado
éxtasis mental y corporal, cuyos fuegos se mantienen vivos continuamente
por medio de un compromiso y un estímulo prolongado de los órganos
sexuales, y no por el mero alivio reciproco.
Las posturas y
las contracciones internas que tienen lugar en el trascurso de la unión
tántrica actúan sobre esta base india de amor sexual. Pero la condición
especial de esplendor interior que provocan sólo aparece cuando el foco
erótico pasa, de la personificación exterior y sensorial del deseo, a la
Diosa interior de la que todas las mujeres exteriores son simples
paradigmas. La mujer y el hombre, entonces, son claves del deleite
recíproco. Esto no significa que el uno pierda valor a los ojos del
otro, sino, más bien, lo contrario, porque cada uno de ellos se vuelve
Dios para el otro, y, además, los ritos y los mantras que acompañan el
acto sexual lleban también cargas de energía acumulada, derivadas de
prácticas, estudio y costumbres anteriores, realzando la actividad
sexual con su propia fuerza.
Por lo tanto,
tenemos que recordar que el sadhana sexual, para que sus metodos sean
efectivos, tiene que producir un deleite equivalente por medio de la
misma clase de recursos, además de con otras técnicas. Sólo de esta
manera puede alcanzar el sadhaka lo que se llama Rasa (goce-jugo) o
Maharaga (la gran emoción). Una actitud puramente mecánica resulta tan
absurda como un simple abandono indirecto al placer.
Sonreíd, machos,
pues en el ser humano la hormona erótica es: A) unisex B) masculina es
la testosterona! Es verdad, el hombre y la mujer fabrican ambos a la vez
hormonas masculinas y femeninas, aunque él produzca diez veces más
testosterona que ella, y diez veces menos estrógenos. Para ella es a la
inversa, pero recordemos, sólo la hormona masculina erotiza a la mujer.
En la naturaleza,
la mujer es, pues, el único caso de disociación hormonal casi total
entre el eros y la procreación: mientras que la reproducción corresponde
a los ovarios, que secretan las hormonas femeninas, las glándulas
suprarrenales son las que destilan la poca cantidad de hormona masculina
necesaria para excitar el centro del deseo, en alguna parte del cerebro
femenino.
Todo lo aquí expuesto
debe necesariamente ser comparado con lo expuesto en la Literatura de
los Maestres de la Ferrière y Ferriz y con la Literatura del R. B.
Jñàpika Satya.