Maithuna, la unión tántrica

 

En el maithuna el hombre con frecuencia permanece pasivo; evita todo lo que provocaría la eyaculación. Shakti está activa y conserva la iniciativa durante el desarrollo del rito. El hombre está receptivo, Shatki da el tono. Es indiferente que la erección se mantenga o no hasta el final: basta con poder permanecer unidos. En el Tantra es más Shakti que Shiva quien capta y transmite los ritmos cósmicos de la Luna, del Sol y de la Tierra. Para conocer el éxtasis, el hombre debe permanecer mucho tiempo unido a Shakti, impregnarse de su energía magnética, hasta que la «divina vibración» lo invada. Basta para ello con atender distendidamente pero sin fallas a todo lo que pasa en el cuerpo, y a los intercambios que se efectúan.

Esta unión puede -y debería- durar hasta dos horas y más. Shiva debe abandonarse a la percepción sensual de la mujer, sentir latir su sangre, vibrar según su diapasón, respirar a su ritmo (¡muy importante!), entonces surgirá la experiencia extática.

Rita Ashby, una tántrica californiana, dice: «La Shakti tántrica florece literalmente. Su piel brilla con el resplandor de Eros, su mirada abierta e inocente cultiva a todos aquellos a quienes se dirige. El Tantra es una forma de adoración que da a Shakti confianza en sí misma. Cada mujer es la esposa de Shiva. ¡Shakti! ¡Shakta! Incluso el orgasmo de Shakti es una simple eventualidad sin verdadera importancia, pues la mujer no está tan orientada hacia lo genital. Al contrario de la eyaculación en el hombre, el orgasmo femenino atiza el fuego divino del goce, en lugar de extinguirlo».

Y Ted Ashby, su compañero, añade: «Después de haberse amado durante horas, uno está dispuesto a todo: a hacer música, a bailar como un dios, o incluso a hacer Tantra con un grupo de adeptos, en el círculo mágico donde cada uno, tomándose de las manos, percibe las vibraciones y el magnetismo de los otros. El tántrico no intenta imponer su identidad aislada. Está plenamente "aqui" y "ahora", está vivo y se convierte en la Vida, se es uno con la pareja y se está listo para convertirse en uno con todas las maravillas del Ser».

El Tantra libera al hombre del reflejo eyaculatorio, sin dificultades mayores. Por supuesto que una pareja habituada desde hace años al amor «normal» no se descondiciona de un día para otro. El principio el hombre no logrará más que una vez sobre dos o tres evitar la eyaculación, a veces por falta de cooperación de su compañera, ella también acostumbrada a la forma habitual de contacto sexual y que puede, igual que el hombre, encontrar al comienzo que este tipo de unión es menos satisfactoria. Basta simplemente con perseverar para ir de descubrimiento en descubrimiento, pues la Vía del Valle es la vía más facil de la meditación entre dos.

Haced del sexo una meditación entre dos. No lo cambataís, no os opongáis a él. Sed amistosos frente al sexo. ¡Vosotros sois una parte de la naturaleza! En verdad el acto sexual no es un diálogo -en el peor de los casos un monologo- entre un hombre y una mujer, es un diálogo del hombre con la naturaleza a través de la mujer, y de la mujer con la naturaleza a través del hombre. Durante un instante os insertáis en la corriente cósmica, en la armonía celestial, estáis de acuerdo con el Todo.

El rito

Entre los escasos textos tántricos que describen y autentifican este ritual solo es relativamente conocido el Yonitantra. Sin embargo, como con tantos textos tántricos, se trata más de un resumen que de un tratado didáctico: es el acharya, el instructor en persona quien transmite las técnicas. Además el acharya (que también puede ser una mujer) tiene un papel crucial durante la yonipuja, que debe desarrolarse en su presencia, hasta el punto que están previstas leyes particulares para el caso en que estuviera ausente.

Como, salvo excepción, el occidental no tiene acceso a la inciación directa, es indispensable completar los parsimoniosos datos prácticos del texto original. Una vez que el autor ha precisado qué mujeres son aptas para el rito, añade que la yoguini «debe ser lasciva, hasta libertina y haber superado todo falso pudor».

Al comienzo de la adoración, Shakti se coloca en el centro del mandala, en general un triángulo, símbolo del yoni cósmico, incluido en un círculo. Luego Shiva le ofrece una bebida afrodisíaca, llamada vijaya, cuya composición no se indica, sin duda porque en esa época se suponía que en la India todos la conocían. En Occidente, se lo reemplazará por un copa de champán o una bebida ligeramente alcohólica. La intención explícita es erotizar a Shakti al máximo, exacerbar su energía sexual para llevarla al éxtasis. Si el champán o alguna otra bebida alcohólica produce ese efecto sobre Shakti, el objetivo está cumplido.

Siempre según el texto, después de haber cumplido el ritual preparatorio, compuesto de mantras y de hijas (vocales sin contenido conceptual) que el autor no precisa, empieza la primera parte del Yonipuja. La yoguini se sienta sobre el muslo izquierdo del adepto, que comienza a adorar su yoni sakuntala, es decir no afeitado, condición fácil de cumplir. El adepto entonces unta el yoni con una pasta de sándalo, de delicado perfume; así el yoni se asemeja a «una flor encantadora». Luego el adorador le ofrece una nueva copa de vijaya y le pinta la ardhachandra (la media Luna) con bermellón en medio de la frente. No se trata de una rutina mecanizada: el simbolismo de cada gesto es intensamente vivido por los participantes. Mientras el adepto traza la media Luna, la pareja toma conciencia de las fuerzas lunares presentes en Shakti.

Luego Shiva pone las manos sobre los pechos de Shakti, e impregnándose del aspecto maternal de la Shakti cósmica, pronuncia 108 veces la bhagabija (el sonido-raíz de la vulva), sin otra precisión, pero en general será «Hrim». Al final el adorador hace todos los gestos y contactos que puedan excitar a Shakti al máximo: le acaricia largamente los pechos, las nalgas, luego el yoni. En la yonipuja, la excitación de Shakti, que se propaga a Shiva, provoca una abundante secreción del fuido tattva uttama, la «esencia sublime», es decir, las secreciones vaginales, y además -y sobre todo- despierta las energías sutiles, «pranicas», que ejercen una función primordial en el desarrollo de la puja.

Aquí se situa la parte central de la puja. A su vez, Shakti unta el lingam con la pasta de sándalo, de perfume afrodisíaco y de color azafrán. El guru, siempre presente, vela por el respeto estricto del ritual y recita los mantras apropiados. Sólo entonces el lingam es insertado en el yoni. El maithuna no debe convertirse en un simple coito profano sin ser controlado a pesar de la intensa excitación mutua y ser vivido con el sentido de lo sagrado inherente a toda unión tántrica. Las modalidades del maithuna tántrico son de rigor, especialmente las relativas a la asana y al control de la eyaculación.

En el rito, una parte esencial depende de la absorción reciproca de la «esencia sublime». Añadiendo sus propias secreciones lubrificantes a los liquidos vaginales, el lingam contribuye a mojar abundantemente el yoni. Los dos fluidos se mezclan y los tántricos creen que la yoguini y el yogui los absorben: Shakti por osmosis a través de la mucosa vaginal, Shiva gracias a vajroli. Según el Tantra, ese intercambio vitaliza y dinamiza a los dos adeptos. Incluso sin esta reabsorción mutua, está establecido que la excitación sexual intensa y prolongada de las gónodas intensifica la secreción de las hormonas sexuales, que podrían constituir ellas también la «sublime esencia»; ¿por qué no?

Durante el maithuna la pareja medita sobre la potencia creadora así despertada en el vientre de la mujer y en el hombre y adoran la Energía Cósmica.

La duración de la unión yoni-lingam corresponde a lo que se dice en todo este libro: nunca se trata del «deprisa y corriendo». Después de la unión ritual, Shiva rinde un homenaje respetuoso al yoni, que la yoguini acostada de espaldas, afrece a su vista y a su adoración. El adepto tomo entonces con el dedo un poco de líquido vaginal y hace con él un tilaka, ese punto que las mujeres indias llevan en medio de la frente, a su compañera de rito, todavía sumida en el éxtasis, así como en su propia frente. El achayra hace lo mismo; luego la pareja le hace una reverencia y lo adora porque su presencia les ha ayudado a controlarse durante todo el ritual y a preservar su carácter sagrado. Esta práctica en presencia del guru crea en el trío un lazo notable de intimidad y confianza. El adepto percibe así el insondable misterio y el sentido profundo, sagrado, de la unión de los sexos, siempre repitiendo mentalmente el mantra que le ha dado su guru. A falta de ello, el occidental utilizará el «Om» o el «Om Mani Padme Hum».

Es posible que el hecho de que el achayra y su Shakti practiquen ritos sexuales con sus adeptos puede, según nuestros criterios, parecer inaceptable; pero, ¿habia que ocultarlo?

En cuanto a los adeptos occidentales, si bien no es pensable trasladar tal cual la yonipuja, las indicaciones dadas permitirán practicar una forma atenuada o adaptada (se cuenta en el proximo apartado), siempre conservando su espíritu, que es lo esencial.

Todo lo aquí expuesto debe ser comparado con lo expuesto en la literatura de los Maestres de la Ferrière y Ferriz Olivares y el R. B. Jñàpika Satya Gurú.

 

 

Respetable Jñápika Gurú  Dr. Pablo Elias Gómez Posse 

aum_jnapika_satya_guru@hotmail.com

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