Propongo ahora un
ritual tántrico a los occidentales que somos, un ritual que sea auténtico,
se adapte a nuestro modo de vida y respete nuestras convicciones,
especialmente las religiosas. Para este último punto, no hay problema,
pues si bien el Tantra es un culto, no es una religión, y un ritual no es
una misa pagana, sino más bien la repetición de actos significativos
destinados a liberarnos de la rutina cotidiana para acceder a las
realidades supremas ocultas en nosotros mismos.
Para
fijar las ideas, precisemos en primer lugar los objetivos del culto.
Recuerdo que mi cuerpo es a la vez sujeto y objeto del culto tántrico, el
cuerpo como templo, es decir, lugar privilegiado del espacio donde operan
las fuerzas cósmicas. En el cuerpo están presentes las energías
supremas de Shiva y Shakti que penetran todo lo que existe. En realidad,
el cuerpo es un gran depósito de poderes. El objetivo del ritual tántrico
es despertar esas energías a fin de alcanzar su expresión más lograda.
A fin de cuentas, el Tantra me propone despertar mis potencialidades
latentes, por tanto expandir mi personalidad, lo que no entra en conflicto
con ninguna religión.
En cuanto al
ritual, apuntará al principio a hacer tomar conciencia de las fuerzas cósmicas
reales y vivientes, presentes en mí como en mi compañera o compañero,
si practico en pareja, lo cual es muy deseable. Después de haber tomado
conciencia de esta energía, habrá que despertar por medio de eventuales
prácticas yóguicas, como el pranayama, pero sobre todo mediante el
maithuna tántrico, que será el punto culminante.
A primera vista, la
solución más fácil sería describir uno u otro ritual tántrico indio,
pero sería muy difícil trasladarlo con validez a Occidente. Complicados
y complejos, esos rituales requieren primero una disciplina cotidiana, un
entorno favorable, mucho tiempo -algo raro en Occidente-, pero sobre todo
una iniciación seria por el guru, lo que ya no es usual en la India,
mucho menos en Occidente. La otra opción consiste en adoptar un ritual
muy «desnudo», lo que no es sinonimo de amputado ni de rebajado. Es
factible si nos remontamos a las fuentes para encontrar allí la
simplicidad de los orígenes.
Ahora bien, sin
documentos ni testimonios, ¿cómo puede esperarse encontrar la sencillez
de los orígenes? Creo que el camino está trazado: hay que atenerse a los
elementos esenciales, con un minimo de florituras.
Lo esencial se
encuentra en ese extracto del Lukarnarva Tantra, VI, 56: «El adorador
entra en el ritual cuando accede al estado de conciencia en que percibe la
divinidad, en que está verdaderamente en relación con lo divino, en que
se ofrece a lo divino. Para ello, hay que tomar conciencia de la propia
divinidad». Ahora bien, el cuerpo es «divino», es decir,
permanentemente producido por la Inteligencia suprema que lo mantiene con
vida. Esta Inteligencia es mi Sí mismo profundo, distinto del «yo». Eso
es lo esencial.
Ahora bien, hay
pocas o ninguna esperanza de lograrlo en tanto el «yo» permanezca en el
plano de conciencia empírica de vigilia, y es aquí donde interviene el
ritual, que no será algo rígido, fijo: cada uno, por medio de reglas
simples, puede crearse el suyo propio.
Sin embargo, esta
experiencia se hace mejor en unión con adeptos favorables, Y en primer
lugar el «dónde» es importante. Así hay que prever un refugio, un
lugar en la casa en al puedan aislarse, si fuera posible reservado sólo
para el ritual tántrico. Entonces, ¿por qué no el dormitorio?
En esta habitación
se trata de preservar un rincón para preparar un pequeño «altar»,
palabra
que podría asustar al creyente que temería preparar un culto herético,
mientras que el ateo podría ver en eso un «truco» religioso. En
realidad hubiera podido escribir «mesita», lo que no hubiera chocado a
nadie, pero prefiero «altar», palabra en la que se sobreentiende lo
sagrado. Y nosotros sabemos que lo sagrado existe también fuera de todo
contexto religioso, la tierra es sagrada, la patria también, etc.
Este «altar» será
secreto; no debe ser «profanado» por miradas indiscretas. Basta con una
pequeña mesa baja, cubierta de una tela preciosa, seda por ejemplo.
Encima se pondrán los objetos simbólicos adecuados. Enumero algunos: un
yantra, un triángulo rojo, con una vela en el centro que represente a
Shiva o el lingam. Si el adepto ha traído de la India un lingam
verdadero, puede colocarlo en medio del triángulo rojo. A falta de lingam
o de estatuilla de Shiva danzante -que ahora son facilmente localizables
en grandes almacenes, traidas directamente de la India-, una imagen que
los represente puede bastar.
Es indispensable
que algún objeto represente para el adepto el maithuna cósmico para
tomar conciencia de que el universo ha sido engendrado por un acto de
amor, por la unión de los principios cósmicos masculino y femenino. Si
le gusta alguna otra imagen simbólica, no dude en ponerla. Si no tiene
nada de todo eso, imite a los pobladores del Sur de la India, para quienes
una simple piedra ergida simboliza la unión de Shiva y Shakti. Entonces,
en un recipiente, preferentemente hemisférico, ponga un poco de arena
(elemento Tierra) y plante allí una piedara, por ejemplo un hermoso
guijarro ovoide, que simbolizará el Agua y el lingam.
Un jarro en forma
de ánfora (símbolo del útero materno y del útero cósmico) lleno de
agua coloreada simboliza tanto el agua de los orígenes donde nació la
vida como el líquido amniótico. Una concha evocaría también a nuestra
Madre, la mar. Pero sobre todo hacen falta flores, por humildes que sean,
pues ninguna puja se concibe sin flores, expresiones vivientes del
dinamismo creado universal, también símbolos de la belleza del universo.
En la India los
mismos participantes preparan el altar antes del ritual, es decir que
tocan y disponen ellos mismo los objetos simbólicos: eso contribuye a
introducirlos en el ambiente. Simbólicamente también se han purificado,
es decir, duchado y perfumado.
Todo está en su
sitio; ahora se trata de crear el ambiente adecuado. Necesariamente el
ritual se desenvolverá en la penumbra: sólo la vela, que reemplaza a la
lámpara de aceite tradicional, lo ilumina débilmente. Si ha podido
conseguir algunos bastoncillos de incienso indio, encienda tres o cuatro:
crean un ambiente propicio. A falta de ello servirá algún perfume. También
hay que prever un fondo musical, erótico preferentemente, que no debe ser
necesariamente música india, aunque ésta sea perfecta. Todo debe
disponerse para crear un clima de belleza, de «lujo, calma y
voluptuosidad», un lujo bastante relativo, por supuesto.
Los adoradores,
vestidos si fuera posible con peinadores livianos de seda preciosa, se
sientan, lado a lado, sobre la alfombra mullida, frente al altar. Las
rodillas pueden tocarse, lo mismo que las manos, para establecer un primer
contacto físico discreto. Luego, mirando fijamente la llama, que debe ser
estable y corta, observan su respiración y se impregnan de los objetos
simbólicos presentes y de su significado. Esto no se expresará con
palabras, no hay que «intelectualizar»: se trata simplemente de abrirse
a los símbolos, de dejarlos penetrar en el inconsciente, que los
descifrará.
Cuando
la mente esté en calma, ella y él se pondrán frente a frente, sentados
en la posición del sastre, por ejemplo, con las rodillas tocándose,
igual que las manos. Se mirarán a los ojos, penetrándose de su presencia
recíproca, y sentirán tal vez el deseo que surge. Ninguna prisa. Después
de algún tiempo, él pondrá entre los dos la fuente con lo que se habrá
previsto comer: galletas, frutas... No es necesario reunir las cuatro M de
la chakra puja, pero tampoco está prohibido. Ella repartirá el alimento,
luego comerán en silencio pensando que el alimento pasará a formar parte
de sus propios cuerpos y que dependemos del mundo exterior para
sobrevivir.
Ahora viene un
momento de gran intensidad. En un bol hemisférico, ella echara vino tinto
-u otra bebida de su elección- beberá lentamente un trago o dos, mirando
a su compañero a los ojos, luego ella se lo ofrecerá, y él bebera también:
el bol pasará de uno a otro. Cuando esté vacío, volverán a su actitud
de meditación profunda durante algún tiempo. La iniciativa de las
primeras caricias debería recaer en la Shakti. En la India se procede
primero al nyasa, es decir, se tocan diversas partes del cuerpo en un
orden bien definido, para percibirlas, pero sobre todo para despertar las
energías. En todo caso es el momento en que ella se quitará el peinador:
desnuda, será el símbolo viviente de la diosa de los orígenes, no, ella
es la diosa encarnada, la Shakti cósmica.
La continuación
depende de la pareja, pero nada debe ser fijado rutinariamente; lo que
importa es un acercamiento lento y respetuoso, una escucha recíproca:
nada debe hacerse con prisa. El maithuna, lo sabemos, será el momento
culminante y más significativo del ritual, y la parte práctica y las técnicas
más apropiadas se aprenderán a través de algún libro que aporte las
enseñanzas necesarias para convertirlo en una experiencia lograda. La unión
sexual será una fiesta en la que participarán todas las fibras, todas
las células del cuerpo, la fiesta de la unidad reencontrada, el retorno
al andrógino primitivo, la repetición, en tiempo real, del acto creador
cósmico, la inmersión en el ananda, la felicidad.
Aquí se detiene
todo comentario, sólo permanece lo vivido.
Todo lo aquí expuesto debe
necesariamente ser comparado con lo expuesto en la Literatura de los
Maestres de la Ferrière y Ferriz Olivares y del R. B. Jñàpika Satya Gurú.